lunes, 15 de abril de 2013

13. El libro de los Números



LIBRO DE LOS NÚMEROS

Introducción de la Biblia oficial del Episcopado Español
para uso de la liturgia y de la catequesis (2010)


El libro y su formación

El libro de los Números es el cuarto de los cinco que componen el Pentateuco. Los de Éxodo y Levítico, a los que sigue, habían dejado a la comunidad de Israel en el desierto del Sinaí, al pie de la montaña sagrada. Allí había entregado el Señor la Alianza y la Ley al pueblo, había sido construido el Santuario, había sido consagrado Sacerdote Aarón y se había inaugurado el culto. Con esos elementos y con el liderazgo indiscutido de Moisés, el Israel de las doce tribus podía ya ponerse en marcha rumbo a la tierra prometida a los padres. Es ahí donde toma Números el hilo de la historia; lo dejará cuando, al cabo de cuarenta años de peregrinación por el desierto, se encuentre Israel a las puertas de la tierra prometida.
Frente a los otros libros del Pentateuco, nombrados con su primera o sus primeras palabras, la Biblia hebrea denomina al nuestro Bemidbar («En el desierto»), que es su quinta palabra. Pero el nombre no está mal elegido, porque la historia que cuenta Números comienza y termina en el desierto. Los traductores griegos lo llamaron Arithmói («Números»), seguramente porque está plagado de ellos: véase por ejemplo 1,20-46; 3,14-51; 7,10-83, 26,5-15; Núm 28-29; 31,32-52.
Se trata de un texto cuya lectura es compleja, en donde no escasean las repeticiones, las alternancias en el vocabulario y las rupturas en la marcha del relato. Son indicios de distintas manos, que, en el transcurso de varios siglos, obedecían a mentalidades e intereses diferentes.

Estructura

Sin entrar en más discusiones ni detalles, esta sería la ordenación general del libro:
1.   El censo y los levitas: 1,1-4,49.
2.   Prescripciones diversas: 5,1-6,27.
3.   Ofrenda de los jefes y consagración de los levitas: 7,1-8,26.
4.   La Pascua y la partida: 9,1-10,36.
5.   Etapas en el desierto: 11,1-14,45.
6.   Normas sobre los sacrificios: 15,1-19,22.
7.   De Cadés a Moab: 20,1-25,18.
8.   Disposiciones complementarias: 25,19-30,17.
9.   El botín y el reparto: 31,1-36,13.

Mensaje

Las reiteradas y prolijas enumeraciones que ocupan gran parte del libro lo hacen, de entrada, poco atractivo y explican que haya sido muy poco comentado a lo largo de los siglos. Pese a ello, el libro tiene todavía hoy algo importante que decir al pueblo de Dios.
La tierra prometida a los patriarcas como meta es el hilo conductor del libro. Lsta es la razón por la que el pueblo no se puede quedar ni en el Sinaí, ni en Cades, ni en Moab: 10,29; 13,1 s. En 26,52-56 se dan las normas para el reparto de la tierra; y en 34,1-16 se describen sus fronteras.
Junto a este sentido general, no faltan otros temas de honda significación para el pueblo de Dios.
a)   Israel, pueblo elegido y bendito. Israel, por ser el pueblo elegido de Dios, tiene que ser un pueblo distinto. A las prácticas mayores, como la circuncisión y el sábado, se añaden otras menores, pero muy visibles, como las normas sobre los flecos de los vestidos (15,37-40).
Por ser el pueblo elegido, Israel es un pueblo especialmente bendito. Núm 6,22-27 recoge una fórmula preciosa de bendición. Este es el tema central de los cuatro poemas de Balaán (Núm 23-24): llamado por Balac, rey Moab, para maldecir a Israel, no acierta a proferir más que bendiciones.
b)   El pueblo elegido es la morada del Señor. «Tú, Señor, estás en medio de este pueblo y te dejas ver cara a cara» (Núm 14,14). Según Núm 2, las doce tribus israelitas, con su campamento cuadrangular, encuadran la Tienda del Encuentro rodeada por los levitas (Núm 3,14-39). No es cuestión de estrategia de defensa. Lo que se quiere significar es que, ya desde los días del desierto y hasta el presente, Dios vive er medio del pueblo. En los desplazamientos por el desierto el pueblo camina, como en procesión religiosa, conducido por Dios, que se hace presente en la nube por el di: y en la columna de fuego por la noche (Núm 9,17).
c)   El Señor es, por el ministerio de Moisés, el único rey de su pueblo. Israel no tie ne más ley que la palabra de su Señor. Dios ejerce su realeza a través de Moisés, si vicario y portavoz. Moisés es su hombre de confianza (Núm 12,6-8). Toda la legisla ción de Israel, aunque haya sido formulada en tiempos más cercanos a nosotros, s atribuye a Moisés (7,89; véase 1 l,24s). Así, siendo Moisés el portavoz fidelísimo d Dios, todas las leyes de Israel, aunque históricamente tengan un origen humano poí terior, son leyes divinas, y están amparadas y exigidas por la alianza del Sinaí.
La autoridad de Moisés no menoscaba la realeza única de Dios, sino que la realz; Moisés es el prototipo del profeta, siervo del Señor, pendiente siempre de su boca. Com profeta, le corresponde interceder por el pueblo, función que él ejerce como nadie. Si súplicas son modelo de oración apasionada y apremiante (véase, por ejemplo, 11,1 ls
d)   La figura de Aarón y la importancia del culto. En unos escritos principalmeni sacerdotales no podía menos de otorgarse un especial relieve a Aarón, el epónimo c la clase sacerdotal jerosolimitana y su presunto padre. Pero Aarón dista mucho de ti ner la importancia de Moisés.
El derecho exclusivo de los aarónidas al sacerdocio se quiere asentar en lo suced do en el desierto. La historia de la vara florecida de Aarón, eliminadas todas las d más (Núm 17,16-26), significa la exclusividad de los descendientes de Aarón en ejercicio del sacerdocio. Muerto Aarón (Núm 20,28), le sucede en el cargo su hi Eleazar (véase 31,25-47). «Acercarse» al santuario o al altar es privilegio exclusivo i los legítimos sacerdotes (18,7). La cercanía a! Señor es peligrosa y solo se tolera a 1 uHmitirlns a ella. Una serie de episodios trágicos corrobora que solo Aarón
e)   La sucesión de los líderes. Tanto Moisés como Aarón eran mortales, y habían de tener sucesores. A Moisés le sucederá Josué (27,15-20), el cual ya no tendrá sucesor. El sucesor de Aarón será su hijo Eleazar (20,25-28). Pero la relación Moisés/Aarón no se mantendrá sino que se invertirá tras su muerte. Mientras vivió Moisés, el sacerdote fue una figura subordinada a la de Moisés; en cambio Josué, según la tradición sacerdotal, estará sometido a la autoridad del descendiente de Aarón (27,21-23).
f)   Israel, infiel. Israel no hizo honor en el desierto a su condición de elegido. Nuestro libro está muy lejos de pintarnos como modélica la conducta del pueblo del desierto. F.l desierto fue un tiempo de prueba (véase Dt 8,1-6), en el que el Señor quería ver si su pueblo seguía confiando en él a pesar de las privaciones propias de aquel lugar.
Quienes habían dado culto al becerro de oro (Éx 32) volvieron a caer en la idolatría en cuanto se les presentó la ocasión (Núm 15,1-3). Ello explica que el relato del libro de los Números sea, en buena medida, una tragedia. Las infidelidades del pueblo acarrearon los correspondientes castigos, de los que no se salvaron ni siquiera Moisés y Aarón, pues, excepto Caleb y Josué, toda la generación del éxodo, salida de Egipto en busca de la patria prometida a los padres, fue condenada a morir en el desierto (Núm 14,20-35; etc.).
Este carácter trágico del libro tiene una expresión elocuente en los dos censos de la población puestos respectivamente al comienzo, todavía en el Sinaí (Núm 1), y hacia el término (Núm 26) del libro, en vísperas de la entrada en Canaán.
Un mensaje final optimista. Con todo, y a pesar de los castigos divinos y las penalidades del desierto, el pueblo está en disposición de entrar en la tierra prometida. El castigo no ha sido la última palabra de Dios. Como en la historia posterior de Israel, al pecado siguió el castigo, al castigo el arrepentimiento y al arrepentimiento el perdón y la gracia, manifestados en las intervenciones providenciales de Dios para proporcionar al pueblo agua, y alimento y para curar sus enfermedades. Del desierto se espera que saldrá

No hay comentarios:

Publicar un comentario